Paseo de sábado por Alcalá de Henares. Mi hija R se ha instalado esta misma mañana en su residencia universitaria. Ya hace un año que su hermano J vive en un colegio mayor, a media hora de aquí, en Madrid. R me cuenta cosas de novatos y veteranos. J corrobora, detalla, amplía. Historias tan antiguas, algunas tan rancias, como la Universidad, una caja de cuero viejo y rígido rellena de gente tan joven, pienso. La mañana es clara y algo fría ya. Los edificios que nos rodean, llenos de pompa y circunstancia pero sabiéndose, en el fondo, manchegos, están rotulados con una tipografía característica de un color entre teja y sangre. De los nombres que leo en cada fachada imagino historias: Luisa de Belén, la hermana de Cervantes, escribiendo desde su convento cartas a Miguel y corrigiendo y reprendiéndole por algunos capítulos de esa novela de caballerías tan extraña que él le ha hecho llegar, apenas bosquejada; Manolito Azaña jugando en la calle Imagen a la pelota, aunque siempre fue malo en los deportes y corto de vista (objeto de bullying, avant la lettre, seguro); los pacientes del cirujano Rodrigo de Cervantes, padre de Miguel, gritando la despedida de la muela podrida mientras el licenciado Juan, su abuelo, ordena los escritos y hace las cuentas (otra vez las dueñas le hicieron sisas en el mercado de Jueves Santo). Las historias –siempre llegan sin querer– me entretienen el paseo y me alivian el fin de semana que tiene algo parecido a lo contrario de una huida. Como quizá Cervantes, Miguel, huyendo hacia adentro y creando a la vez un personaje inmortal y excesivo que, en cambio, huía hacia afuera.
El domingo nos despedimos: R se queda, llena de energía, de expectativas, de medias sonrisas. J le da un abrazo y los últimos consejos de hermano mayor antes de coger el cercanías. Nosotros nos vamos, regresamos a un lugar que tampoco es del todo nuestro. Empieza el otoño y pronto lo llenará todo con esa luz clara y vagamente cruel.
El coche, pese a ser tan viejo, arranca con una precisión quirúrgica, implacable; el GPS, hacia casa: aunque será otra casa, ahora, en las mismas coordenadas. Me entran unas ganas enormes de ponerme en órbita en la M40, de ser yo el satélite, un satélite con forma de Opel Zafira, alrededor de Madrid, ridículo e inútil, observando, tomando notas, inventándolos, otra vez.