Asphodelus fistulosus

Las flores y las personas comparten, al menos, tres características: su presencia universal, su perseverancia y su carácter efímero. En esta época, las varitas de San José (asphodelus fistulosus) acuden, puntuales, a su onomástica. El desordenado jardín que es esta naturaleza humanizada que me rodea, tan cerca y tan lejos, las exhibe a cientos, creyéndose eternas por unas semanas. Estas son las flores que, según la mitología griega, tapizan los Prados de Asfódelos, la región menos conocida del Hades, el inframundo. En la Guía Trotamundos del Mundo Clásico de los Muertos son mucho más conocidos el Tártaro (una especie de infierno, para entendernos) y los Campos Elíseos (el lugar para las almas de los héroes). Los Prados o Campos de Asfódelos serían un tercer lugar: el dedicado a la vida eterna de las almas mediocres. Por algo me gustaron, desde niño, estas plantas.

Las flores y las personas comparten, al menos, tres características: su (ocasional) belleza, su (aparente) pasividad y la tendencia a dar frutos. Las flores, como las personas, no han existido siempre, aunque las conozcamos desde hace tanto. Las angiospermas, desde su eclosión en el Cretácico, tienen unos 130 millones de años; el género Homo, quizá 600.000, contando desde los más arcaicos. Así que, para nosotros y nuestros ancestros, siempre ha habido flores. Hemos apreciado, unas veces más que otras, unas personas más que otras, su belleza, sus propiedades medicinales, sus nutrientes. Comemos, también, flores mucho antes de que los cocineros (con estrellas) las dispusieran como entrantes o guarnición: las alcachofas, el brócoli, las alcaparras… Somos polvo de estrellas con la posibilidad de ver, de cerca, alguna vez, una flor.

Las flores y las personas comparten, al menos, tres características: su dependencia del medio, su (simultanea) presunción de independencia y su falta de memoria. Sólo olvidando el crudo invierno se puede acabar así, haciendo esta publicidad de uno mismo, de una misma.

Poniéndose el nombre del padre del hijo de Dios.

O poblando el cielo, tan abundante, tan extenso, de los mediocres.

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