CYCLING TRIVIALITIES

So how’s it gonna be
When it all comes down, cycling trivialities
José González. Cycling Trivialities.

Lo piensas seriamente. Tener un accidente, caerte de la bici, a propósito. Cualquier día, hoy, en tu ruta habitual. Romperte un fémur, romperte la crisma, como decía tu madre. Un accidente deliberado, buscado, planificado. Podía ser ahora mismo, mientras pedaleas, cerca ya del trabajo. Es una idea que te da vueltas desde hace ya unos cuantos días. No te engañes: más de unos pocos días. Lo piensas continuamente, es una fantasía recurrente, una obsesión. Piensas en Fernández Mallo, el escritor, el más moderno entre los modernos. En algún sitio leíste que había comenzado a escribir su trilogía, su éxito, después de –gracias a– un accidente de moto o de coche en algún lugar de Asia. ¿Singapur? ¿Filipinas? Bueno, cuidado ahora en la rotonda. Las rotondas no son para las bicis. Un accidente, una baja está bien, pero si te atropella un autobús estás muerto. Y a estas horas casi no se ve nada, tan temprano. Pero tú eres prudente, llevas el chaleco reflectante y el piloto trasero LED ese del Decathlon. Mira el tío ese, cómo se cruza. Asesinos en potencia, es que ni te ha visto, ni le importa.

Te imaginas tumbado en la cama, en el hospital, con uno de esos marcos metálicos enormes y una pesa tirando de la pierna. Rodeado de los tuyos, la habitación llena de flores, bueno no, sin flores: con bombones y una botella de whisky de parte de tu cuñado Paco y las enfermeras con batas blanquísimas. Luego, en una semana, ya en casa, solo. Los demás haciendo sus cosas durante el día y tú anclado a la cama y al portátil, rodeado de libros: Cortázar, Vila-Matas, Faulkner. Y Hemingway, claro, que no falte Hemingway. Todos aquellos que leíste con tanta veneración, ya hace ¿dos? no: tres años, en el taller de escritura online. Bueno, tampoco leíste tanto, la verdad, fragmentos, sobre todo. Y, si te paras a pensar, apenas si recuerdas los detalles. Qué mala memoria. Vaya mierda, tiempo y dinero perdido. Pareces un viejo, no se te queda nada. Y mira que lees, pero como si deglutieras comida rápida. Todo te suena igual. Sí, qué bien escrito, dices. Pero luego no te acuerdas de nada. Cuidado, el semáforo, vale: pasas sin problema, joder la moto, ha estado cerca. Bueno, sí te acuerdas sobre todo de anécdotas, de tonterías sobre las vidas de los escritores. De las cosas de Onnetti, en su casa de Madrid, sin salir de la cama durante años. Aquella habitación, como un santuario, la viste en algún documental también. La cama, eso es, hay que llegar a esa cama, la cama del escritor, el lugar sagrado donde podrás escribir La Gran Novela, una nueva propuesta que supera la Generación Nocilla, un estilo ambicioso, algo aberrante, difícil pero de inapelable calidad. Una voz nueva, extraordinaria, escribirán en la faja, las críticas en Babelia, en El Cultural. Hay que llegar a esa cama, tener ese accidente, necesitas parar, dejar de trabajar. Así que toca planificarlo bien. Pero ya lo has pensado, mil veces. La solución Nocilla, la operación Fernandez-Mallo. El accidente que te hará libre, dices, pedaleando cerca ya del trabajo, en la calle de Correos, siempre hay coches mal estacionados: te fijas en uno, esperas a que abra la puerta o a que haga una maniobra tonta. A estas horas van todos medio dormidos. Lo has visto mil veces, los has esquivado mil veces. Pero ahora no, ahora te vas a dejar tirar, directo al asfalto y de ahí a la cama-escritorio y a la Gran Novela De Tu Generación. ¿Generación González? No suena muy bien. «Los novísimos» , eso sí que era una buena denominación. Bueno, ya habrá tiempo. ¡Atento! El Seat León que acaba de parar, seguro que el tío va al bar: ese es. Ahora mismo, es el momento, adelantas, te pegas a su izquierda, frena un poco, va a bajarse, fijo, va a ser la hostia, la gran hostia, piensas, mientras notas la puerta, el frenazo de otro coche, el asfalto que te abrasa la piel. Un hostión, sí señor, perfectamente planificado. Ya era hora de que te decidieras, piensas, sonríes, en el suelo, mientras te duele todo y te ayudan a levantarte. El del Seat León debe ser ese tío tan pálido que se acerca. Por fin.

En la oficina no dan crédito. Más que apiadarse, se descojonan, tienes que reconocerlo. Llevas el pantalón hecho un asco, con manchas de grasa y sangre del desconchón que te has hecho en las rodillas como un niño pequeño, peladas, en carne viva, que decía tu madre. Pero lo peor son las manos, desolladas, como si las hubieras pegado a la caldera de un transatlántico o al tubo de escape de un Vespino. ¿Qué ha pasado? Pero tío, ¡vaya leche! ¿No llevabas guantes? dice alguien. No contestas, jodido en un lugar tan íntimo, tan inconfesable, mientras te curas en el baño y esperas a ver si te ayudan cuando dejen de descojonarse. No ha habido suerte, piensas. Ni un hueso roto. Y con las manos así no vas a poder escribir una palabra en tres meses. Aunque eso no es noticia ¿verdad?.

“Pues el seguro no te cubre si vas en bici, macho”, dice Goyo mientras entran tu vieja BH en el banco. La rueda delantera está hecha un ocho. “Fíjate Carmen –sigue Goyo con la brasa– Y eso que puso un recurso, Carmen ¿sabes? ni un duro. La baja corre de tu cuenta, lo pone en la póliza”. Sí, ahora lo sabes y te acuerdas de la madre que parió a Onnetti y a Fernández Mallo y a la póliza. Generación un capullo, concluyes, mientras la lámina de piel que se ha desprendido de tus manos se cuela por el sumidero del lavabo.

En Tailandia fue, sí, ahora te viene –por fin– a la cabeza. Lo atropellaron.