
Mantener la posición del aprendiz.
Seguir intentando imitar la voz de Matt Berninger.
Excribir, también, un poco.
Tomar café cada vez más largo, cada vez más de cuando en cuando, tomar cada vez menos café, no tomar café.
Pasar de Byung-Chul Han a Marina Garcés. Pasar de Byung-Chul Han.
Aumentar el conocimiento en agnotología.
Comparecer ante el espejo con dignidad suficiente.
Frecuentar desvíos que resulten cruciales.
Seguir odiando la hybris, pero no demasiado, respetando el límite exacto porque lo exacto es bello. Y porque el oráculo tenía razón pero la redacción puede mejorarse.
Leer a los clásicos exclusivamente a través de los autores contemporáneos, pensando que ellos hicieron lo mismo por mí, antes y mejor.
Buscar, en los días malos, ese sol tímido que no sabe dónde ponerse.
Bajarme una app que me diga qué apps debo bajarme.
Quitarme de tertulias, de liturgias solemnes, de discursos, de tribunas editoriales y otras opinologías. Opinar de forma adánica, ininterrumpidamente, como si nada hubiera sido antes opinado. Metaopinar, incluso.
No sospechar de la amabilidad.
Frecuentar más las librerías de viejo. Frecuentar más, ahora ya de viejo, las librerías.
Celebrar simplemente [ojo spoiler] otro año.
Pasarlo, pero pasarlo bien, “para saber que soy yo y no todos ellos” (marcarme, pues, un anti-Panero).
Vacunarme (y no enfermar, tampoco, una vez vacunado).
Dejar de confundir a Martín Caparrós con Jorge Carrión o viceversa.
Progresar adecuadamente hacia la irrelevancia y que no me importe ni a mí ni a nadie.
Aprender de memoria eso de que “La fe es una apuesta, la moral es una elección”. Saber elegir.
Seguir con esta obligación de creerme libre.
Vivir, que eran dos días.
Vivir como cuando uno oye una canción y dice “me encanta esta parte”.
No hacer propósitos. Hacerlo público.
Me gusta tu lista.
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