17/04/20
A mí la normalidad me acojona.
Lo he dicho otras veces.
Pero ahora ya no, ahora vamos a tener una “nueva normalidad”. Ahora vamos a construir otro sentido común. (Popper is coming).
Uno, en su ingenuidad, cree (pero quizá no, quizá solo desea) que, cuando acabe El Virus, a la vuelta de Todo Esto, vamos [para entender este plural, este “nosotros”, lean, si quieren, a Savater, en su columna de El País, de ¿mañana?] a ir en bici, vamos a pedalear por ciudades amables y menos contaminadas y ruidosas, de vuelta del borde del acantilado, vamos a ser más prudentes, en los viajes, en el consumo, en las inversiones. Vamos a utilizar mejor, a emplear mejor, la asistencia sanitaria. Uno ve este futuro naive, como de Reyes Magos, pero sabe que La Realidad son los papás y como que no, que la bici no cae este año.
Hay carbón, mucho carbón, en la Nueva Normalidad.
Leo una entrevista a Fran Lebowitz (de la que había leído algunas de sus crónicas-irónicas de sociedad —neoyorquina— de los 70 o de los 80, recientemente; otra angry but not so young woman). Le preguntan qué le parece eso de “no poder dar ya la mano, al saludarse”. Ms Lebowitz contesta que le parece excelente, que lo que le parecía un horror era la moda esa de ahora de abrazarse. Abrazarse, esa Nueva Normalidad (para Ms L) antes de esta Nueva-Nueva Normalidad que viene. También habrá una Nueva Nueva York.
Lo normal.
Lo normal es una frecuencia. Es decir, lo que ocurre menos el 10% de lo que ocurre en los extremos (un 5% a cada lado, en la “distribución —o curva, esta sin pico— normal”). Lo normal es cualquier altura excepto la de los enanos y la de los gigantes. La normalidad es una cosa, en fin, con forma de campana (de Gauss o de Jouffret, pone la Wikipedia). Sylvia Plath también tenía una. De cristal. No salió bien.
Lo normal es una regulación (normas), lo normal es lo que dicen las leyes, los límites. Lo normal es jugar al fútbol dentro de las líneas de cal, en ese rectángulo.
Lo normal es morirse.
En la Nueva Normalidad también será normal morirse, suponemos. Incluyendo las colas, los extremos, el 100%. Ahí no hay descuentos: nadie es anormal, frente a la muerte.
Lo normal es —era— ser social, porque lo social construye la (nuestra) normalidad. Desear una Nueva Normalidad es querer determinar una sociedad nueva.
Acojona.
La Nueva Normalidad tendrá su nueva normopatía, suponemos, también. En la Nueva Normalidad lo subjetivo es/será (aún) más pequeño. La crítica es/será una anormalidad, una nueva anormalidad, como siempre, pero aún menos tolerable. La disidencia es una opinión anormal.
La Nueva Normalidad son los papás, otra vez. Pero han crecido, son más grandes, más fuertes. Tienen barba, los dos.
A mí, la Nueva Normalidad me acojona, decía, insisto.
Otra vez sin bici, otro año —lástima — y Melchor o Baltasar sin aparecer.
Lo normal.