Diario de cuarintensa (10)

27/3/20

Por la mañana en consulta, la mayor parte telefónica. Una consulta que consiste, en su mayor parte, en decir que vamos a aplazar la consulta.

Veo a tres pacientes presenciales. Todos llevamos mascarillas, pero a ellas no les disimula la tristeza, la mala noticia, la catástrofe sobre la catátrofe. Pregunto, apoyo, explico algunas cosas con más detalle, intento descatastrofizar la catástrofe, acerco una mano a un lugar neutro, así me han enseñado. Pero no soy capaz, después, delante de ellas, de lavarme con solución hidroalcohólica, lo que también me han enseñado. Nos damos un poco de tiempo (hoy hay tiempo). Se desnudan, se visten, firman documentos. Programo la intervención. JL me dice que igual no se puede, que ya veremos, que tal como están las cosas.

Todo normal.

Por la noche me llama A, médico en la zona cero de la zona cero. Acaba de llegar de trabajar, de ocuparse del desastre —el desastre de hoy— en las residencias de ancianos. Dice que no me va a contar, que ha sido, que es, demasiado horrible.

Se lo agradezco. Las dos cosas.

No sé si alguien más se lo agradecerá, pero va a haber que ir haciendo una lista de gente para agradecer. Helarte de agradecer, ya sabéis.

Después veo a J en TV. Habla con normalidad de lo extraordinario, lo extraordinario de coordinar un equipo para cualquier cosa.

Nuestra normalidad.

La normalidad de lo presencial.

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