Diario de quarks y penas (11)

28/3/20

Hoy de de guardia de nuevo. Limpio la bici, mojada de la lluvia de ayer; dejé las alforjas fuera de la parte de la terraza que cubre el toldo y los guantes que guardo ahí se han mojado. Murcianos bajo la lluvia: falta de costumbre, manos mojadas.

Salgo de casa a las 8 —los fines de semana damos el relevo un poco más tarde— y el camino está despejado. Despejado 2.0. Nunca hay mucha gente a esas horas cualquier sábado pero hoy faltan hasta los ciclistas —agrupados, de dos en dos, como los cirujanos en los hospitales— que suben al monte. Echo de menos sus risas, las que esperaban el fin de semana para poder tener sentido, las risas de los amigos que ahora no nos vemos.

Cuando subo el puente sobre la autopista me doy cuenta de que me falta fuerza y bajo una marcha, un desarrollo que dirían los ciclistas habituales. Pienso que la inactividad me empieza a pesar. En las piernas, al menos. Desde la parte de arriba del puente más feo del mundo veo Sierra Espuña. Nevada. Uno se empieza a acostumbrar muy pronto a lo inusual. El aire es limpio y frío. Se puede ver, mucho más lejos que cualquier día, un paisaje precioso y, a la vez, un horizonte de mierda (en sentido figurado, entiéndase).

Ya en la ciudad me cruzo con alguna pareja de hombres jóvenes, subsaharianos, volviendo de alguna parte o yendo a alguna parte. Con ellos no parece ir este drama. Tienen y han tenido demasiados para que este les preocupe lo más mínimo. Piel de cuero y alma de acero, que podría cantar cualquier pésimo cantante folk.

Por la calle correos me paso todos los semáforos en rojo. Todos. Fantaseo con una película tomada por la policía desde esas cámaras CCTV que usan para poner las multas. Pagaría muy a gusto la multa por tener esa imagen grabada en casa, para repasarla, si llego a (más) viejo: yo solo, la calle desierta, como Will Smith en cualquier película heroica —si Will Smith ha ido alguna vez en bici— pedaleando sin manos, pasando de obedecer a la autoridad porque a esas horas aún no hay, ni falta que hace.

Al girar veo la frutería pakistaní de la calle Merced abierta, el hombre ordenando las peras conferencia o las chirimoyas, no lo distingo bien. La librería DM, en cambio, cerrada. Hace días que el escaparate no cambia. Las estanterías empiezan a parecer un columbario de libros sin leer, muertos también por El Virus. Nada de esto tiene sentido. Las peras conferencia no pueden disculpar un riesgo de contagio que los libros no merezcan también. Es un asunto de simple nutrición.

Cuando llego, el hospital sigue en pie, rodeado de silencio, lleno de silencio.

La bici se queda sola junto al aparcamiento. Nadie se va a acercar a intentar robarla. Hoy no.

Saludo a los que se irán y alguien me recuerda que hoy tendremos una hora menos de guardia: un horizonte de mierda para todos menos una hora. En sentido figurado, entiéndase.

Un día más corto y un post demasiado largo, mis disculpas.

Por lo de los semáforos, también.

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