Diario de cuarentena (4)

20/03/20

Encerrado en casa. No tengo tiempo para nada o más bien, no tengo nada —nada significativo, nada suficientemente intenso para todo este drama, nada, al fin y al cabo— para todo este tiempo.

El protocolo de nunca acabar sigue su curso. Guías para aplacar la incertidumbre, para mejorar la sensación de control. Pero los protocolos no se terminan, se abandonan, que diría Paul Valery.

Las redes se incendian de heroísmo, de filosofía, de poemas, de aplausos, de información mal filtrada. Hay, ya, demasiadas metáforas bélicas y la retórica del gobierno (y la puesta en escena) también es de guerra. Recuerdo mis clases de guerra NBQ en los 80’. Y Senderos de gloria —Kubrick—, la vi en la misma época (acababan de levantarle la censura en España). La repaso mentalmente, volveré a verla. Guerra. No me atrevo a pensar —a anticipar— la postguerra.

Empiezan también a aparecer los del “ya lo dije” y “se veía venir”. Siempre hay un profeta antes de cada epidemia, un agorero antes de cada desgracia, nuestras queridas Casandras: “¿Ves? ¡Por ir en moto!”. Pero los falsos negativos, las adivinaciones incorrectas de los profetas de la desdicha ¿en qué repertorio salen? Si algo va mal es porque, claro, todo estaba mal pensado antes. Filosofía ad hoc en el lineal del Mercadona. Casandra, “la que enreda a los hombres/la hermana de los hombres” (Wikipedia).

De los agoreros, esa pandemia, también se sale. Easy ride.

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