Vuelves a casa, por la mañana. El turno (guardia) de 24h se acaba –siempre acaba, milagrosamente, hay veces que crees que no va a acabar nunca, pero siempre acaba–. El día es fresco, la brisa deliciosa. Antes de llegar, en la bici, sabes cosas van a estar ahí, para ti, de vuelta. La huerta sigue, impasiblemente bella, rodeada de veredas llenas de basura, como si no le importara, segura de sí misma.
Cuando llegas confirmas que hay cosas que esperan, para ti.
El perro ha hecho caca sobre el césped artificial –bendito sea (el césped artificial)– y tus hijos no la han recogido. El perro es suyo, la caca tuya, justo intercambio.
Hay un kilómetro de emails en el iPad pendientes de leer, pero el 90% no te conciernen. La wifi, la impresora, los altavoces bluetooth y la tele se han desconfigurado. Nadie tiró la basura, anoche, cero de tres. Te han adelantado tres capítulos en “El cuento de la criada”–te das cuenta cuando reconfiguras el descodificador de la TV de cable–. Te convences de que no te gustaba tanto, de que no querías, en realidad, acabarla. Piensas en un argumento que contiene los términos “perversión” (quizá “depravación”) y “maniqueismo”. Desechas el argumento. Sí que querías verla. Con ellos.
El lavavajillas está sin recoger. Aún quema. Los recoges. Te quemas.
La humedad de la pared de la entrada sigue ascendiendo inexorable por la pintura blanca que cae como una caspa macroscópica, caspa arquitectónica. Todo está seco a tu alrededor –this is Murcia– pero tienes humedad en la pared. Hay que joderse. Alguien, tú, se tiene que joder, piensas, más específicamente. Alguien –otro alguien– se acabó, por cierto, la última cápsula de café. No te gustan las del color dorado que quedan. La cafetera no tiene agua en el depósito. Te das cuenta, como siempre, después de que se atasque, con ese ruido como tosiendo de las genuinas cafeteras Nespresso vacías de agua. Clooney miente (por supuesto, es actor, se gana la vida con eso, tú también, a veces).
El perro también tose después de beber agua, demasiada agua, como hace siempre. Parece imitar a la cafetera (o quizá sea al revés). Cuando sacas la bolsa para recoger la caca del césped (artificial), él cree que lo vas a sacar de paseo y salta, gime, mueve (más) el rabo. No tienes putas ganas de sacarlo, pero ¿qué puedes hacer con todo ese entusiasmo?
Cuando paseas –con/por el perro– sabes que “Atrapado en el tiempo”, aquella película con la marmota, contiene más verdad que los Evangelios, pero también –como los Evangelios– dejaba muchas cosas (¿las más importantes?) sin comentar.
Pero tú sigue agnóstico, chaval.