Las páginas de los periódicos se vuelven a llenar de comentarios de La Sentencia, como antes se llenaban de comentarios sobre El Proceso (El Proceso a el proceso). La mayoría (de los comentarios) son “técnicos”. Los tertulianos –que han de salvarnos de nosotros mismos– afinan sobre los artículos que se han aplicado, las grietas y los pliegues entre las páginas del Código Penal, el argumentario de la Fiscalía y la Abogacía del Estado, el concepto “violencia”. El concepto. Vuelvo a oír, entre las tertulias, de la garganta de locutores perfectamente engolados para la situación, ese tono de voz, como el de esos sacerdotes oficiando una misa fúnebre, un oficio, en el que no creen, en el que no conocen al muerto, a la muerta, mirando al papel sobre el misal para recordar su nombre, al menos. Vuelvo a notar ese aroma de que algo falla, en el fondo: ese lugar (el fondo) donde las cosas tienden a ponerse rancias.
La Sentencia es dura. Es dura para todos. Es como esos castigos a toda la clase por algo que habían hecho unos pocos. O como esos castigos a uno solo por algo que había hecho toda la clase. Una sentencia, en cualquier caso, de profesores indolentes, incapaces. Una cosa no solo desproporcionada sino inútil para corregir lo que quiera que quiera corregir.
Vuelvo a pensar cómo es este país, quizá cualquier país, lleno de personas que saben cómo llevarlo adelante, cómo conducirlo, aunque la dirección se (les) haya puesto dura, aunque los amortiguadores chirríen y todo se llene de humo al mínimo acelerón. No importa, el aire lo respiran otros. Y este es un país con tradición de hogueras, donde los rastrojos se reparten con constancia de siglos en forma de nubes bajas de humo blanco, alícuotas de humo, la democracia del olor a quemado, la democracia del mal rollo. Por el imperio (de La Ley) hacia Dios. Por el humo sabemos que nos seguimos quemando.
Vuelvo a darle vueltas a la última peli de Amenábar, vuelvo a Unamuno, ese escritor que escribió sobre un cura sin fe en Dios para, tal vez, darnos esperanza o para quitarnos de ella, como el que deja, por fin de fumar. El Big Bang ¿fue en Salamanca?
Vuelvo a pensar en los aspectos técnicos de La Sentencia. Debe ser algo extraordinariamente importante. Es una cuestión de principios. En este país estamos llenos de principios. Tantos que casi ya no cabemos, al final.
Vuelvo a escribir, por ver si entiendo algo. A veces me sirve. Ahora cae una lluvia amable que golpea en las baldosas de la terraza, casi acariciándolas. Oigo a The New Raemon. Me viene a la cabeza la palabra “anomalía” –varias veces– aunque creo que esa palabra no sale en la letra de la canción, una canción en castellano de un catalán que se llama Rodríguez. «Rodríguez, fuera de clase», me parece oír.
¿Cómo se oye la lluvia desde una celda? ¿Puedes oír música? ¿Sirve de algo?