A veces escribo.

A veces escribo para poder pensar mejor, es decir, pensar. Por aclararme. Por fijarme en y a las palabras (que actúan como eslabones de una cadena que ya me ata a algo, a esas ideas, a esa forma de expresar lo que antes solo es una nebulosa, un océano informe y algo agitado, un murmullo).

A veces escribo solo porque me gusta emborronar un folio, un cuaderno, una pantalla. Escribo con la energía estúpida —con las malas formas— del que hiere el tronco de un árbol o el respaldo de un banco con sus iniciales.

A veces escribo por aburrimiento: por alejar el horror, literalmente.

(A veces escribo entre paréntesis, por aquello de los matices).

A veces escribo para intentar entender qué es lo que realmente quiero, soy, represento, hago o he hecho o espero.

Escribo por encontrarle el sentido a algo o a todo o a mí, sabiendo que eso no sucederá por más que lo escriba, porque no cesa el murmullo, pero que de eso, precisamente, se trata: de estar en modo búsqueda.

[Búsqueda: del sentido, de la dirección ¿única?, del significado que le damos a las cosas, a la vida (sea lo que sea eso que sucede mientras no escribimos o leemos, que es casi lo mismo): del hilo que va enhebrando cada acción, cada relación, cada palabra.]

A veces uno cuenta y otras se cuenta.

A veces uno cuenta un paso adelante, o una cuenta atrás (a veces, demasiadas veces, es lo mismo).

Otro párrafo. A veces hay que abrir otro párrafo. En inglés se dice “to move on”, nosotros, mejor, decimos, “pasar página”.

A veces escribo, digo, por engancharme a algo. A una frase.

A una frase ardiendo.

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