02/04/20
He dejado de escribir aforismos.
Me parece un ejercicio agotador. No tengo tiempo de escribir algo tan corto, como dijo alguien. Sigo con este diario intermitente (un diario-no-diario), lo que, dice Muñoz Molina, es el ejercicio de la escritura de estos tiempos, de mi tiempo.
Hace un par de días celebramos el cumpleaños de L. Otro cumpleaños en casa y no hay tiendas abiertas y tampoco he tenido tiempo de preparar un regalo en casa. Intento inventar una especie de regalo al nivel de los tiempos comprando algunas frutas exóticas en el supermercado de El Corte Inglés a la salida del trabajo: queda cerca, no me van a multar, supongo. Pienso en hacer una especie de surtido, una bandeja —preciosa en mi imaginación— con frutas de distintos tamaños y colores, absolutamente apetitosa. No puede ser: solo dejan comprar bandejas completas con cuatro o seis piezas. “Solo” es la palabra del mes. Miro en Internet las diferentes propiedades, combinaciones y formas de servir frutas exóticas (e incluso de cocinarlas) y finalmente me decido por una bandeja plastificada de maracuyás —¿maracuyases?— y otra de tamarillos. Me doy una vuelta por el supermercado y aprovecho para llevarme también algo más clásico (jamón, caña de lomo, aceite de oliva).
Con la bandeja de fruta exótica, la botella de aceite, un paquete de harina de espelta integral que me ha encargado R, una barra de pan también —cómo no— integral, el paquetito de jamón y el de caña de lomo y tres pasteles (por lo de soplar velas) —capuchina, «San Marcos» y un rollo de trufa también adornado con un nombre propio que he olvidado— en las alforjas de la bici (dejo a la imaginación del lector el aspecto del pastel «San Marcos» al llegar a casa) me da por pensar en Paco Umbral, no me pregunten —no me explico— por qué. ¿Cómo habría escrito Umbral sobre esto (El Virus) en su columna diaria? ¿Habría adoptado el tono —insuperable— de Mortal y Rosa para esta tragedia que nos lleva de la mano? ¿Habría comentado el triste destino de las y los amantes mutuamente abandonados/confinados? ¿Sus trucos para encontrarse clandestinamente? ¿Nos contaría el último chisme de la gente guapa?
No sé si añoro cómo escribiría ahora —cómo era— Umbral (que sí) o aquellos tiempos tan analógicos i.e. tan de analogías (que también).
Ya en casa, J, R y yo cocinamos unas doradas del Mercadona, montamos la mesa sabiendo que L llegará más tarde, mucho más tarde, de la consulta, otra vez. Nos tememos que las doradas no van a aguantar bien: hemos empezado a cocinar demasiado pronto.
Celebramos como toca, o sea, como podemos, y con las doradas milagrosamente en su punto, y a los postres descubro, sin sorpresa, que a L no le gustan ni la maracuyá ni los tamarillos. Tampoco sirve que le cuente que, según Internet, los tamarillos se pueden cocinar como el tomate. El aceite que he comprado para aliñar la ensalada —el AOVE que se dice ahora—, el jamón y el lomo sí le han gustado. Me costó una eternidad decidirme entre Picual, Arbequina u Hojiblanca o si era quizá mejor un blended. Triunfo parcial: hojiblanca.
Brindamos y nos miramos y no nos hacemos una selfie porque no toca o porque «somos lo que recordamos o lo que nos recuerda, no somos mucho más» que dijo, una vez Paco Umbral.
He dejado de escribir aforismos. Quizá porque resulta algo demasiado encerrado en sí mismo, quizá porque como todo, tantos lo han hecho mejor y antes.
Tal vez, de nuevo, a la salida de esto.
Una pandemia no es más que una forma biológica de exageración.