Las mañanas, entre semana, son de una especial tranquilidad. No se oyen más que los ocasionales pasos de algún turista, veraneantes, corredores de aspecto y edades diversas y algún ladrido lejano al que contesta nuestro perro –supongo que para los perros no hay distinción del hogar propio: donde estemos todos es el lugar que hay que defender, reivindicar; de alguna forma son y no son nacionalistas, simultáneamente–.
Me dedico a hacer fotografías por la casa: de los cuadros, de las estanterías –de los lomos de los libros, claro–, de algunos detalles extraordinarios como una pequeña concha repleta de dimuntas caracolas casi transparentes, de una perfección extraordinaria. Pienso en cómo y por qué habrá llegado hasta allí, al pequeño estante frente a la cama de matrimonio del dormitorio principal, la labor de recolectar las caracolas, limpiarlos, la voluntad de guardarlas, año tras año. Y como ese, el sentido de cientos de objetos: botellas de cristal tallado, pósters, postales enmarcadas, juegos de té, un reloj antiguo (detenido), un reloj moderno (funcionante), álbumes de fotos, cucharillas, tinteros, el piano de pared, alemán (también en el dormitorio).
No resolveré a John Malkovich pero las fotos me ayudarán, después –en una especie de labor forense– a la reconstrucción de una historia inventada. Los libros que parecen sin estrenar compitiendo con los de lomos arrugados permitirán saber cuáles se usaron más, cuáles leyó o leyeron, imaginando quién y cuándo. Los objetos sencillos al lado de los caros suponen –pienso–un especial significado de los primeros. Pistas, huellas, falsas o verdaderas, eso es lo de menos. El resto lo hará la –falsa– reconstrucción, la fantasía.
(También podría preguntarle directamente a la propietaria, cuando venga en unos días, cuando marchemos. Pero esto no tendría mucha gracia).
Las mañanas, supongo, siempre deben haber sido tranquilas aquí, mecidas en el sonido del oleaje: el mar junto al paseo. Creo que veo, desde tan lejos y tan improbablemente, pasear a la chica que se parece a Jaqueline Bisset. Bonito contraluz. Fantasía, digo. De forense.