Salgo a correr temprano. En las paradas de autobús algunos adolescentes demasiado vestidos, demasiado borrachos, esperan a que llegue su transporte. Calculo mentalmente, mientras corro, la cantidad de alcohol que puede entrar diariamente en la macrodiscoteca dividida por la masa de hepatocitos de los adolescentes que caben en el aforo ¿quizá unos mil? Imagino un diagrama, una diapo de Powepoint con botellas que drenan hacia pequeños hígados (adolescentes) del color del vidrio de los quintos de cerveza. Supongo que la cantidad de alcohol producida mundialmente puede ser una cantidad tóxica para toda la humanidad en varias magnitudes. Pienso que el consumismo tiene algo de autofágico: que nos consumimos, en realidad. Sigo corriendo evitando molestar a los otros veraneantes que ya pasean y ocupan las terrazas de las cafeterías. Imagino otras diapositivas con cafés, cruasanes, biberones (hay bastantes carritos con niños pequeños), Coca-Colas, etc. Pienso en powerpoints como herramienta de análisis, de hipersimplificación. Un coche está a punto de atropellarme en un cruce. Me disculpo con un gesto. Dejo de pensar, supongo, y me dedico a seguir corriendo.
En la siguiente parada, una chica con un vestido largo y negro está sentada con las piernas recogidas sobre el banco de la parada del autobús. Tiene la mirada de Jaqueline Bisset. Pero ella, probablemente, aún no lo sabe.