Diario de una cuarentina (2)

18/3. Voy en bici al trabajo (doble privilegio). En el trabajo se habla fundamentalmente de mascarillas. M está bien y mañana podrá ser alta. Lo de A y lo de I ha ido bien. Me he alegrado de ver a Paco, hacía tiempo ya. La resi sigue en el camino —paciente— de ser una buena cirujana. Resuelvo un par de consultas por teléfono (esas son las instrucciones). Creo que R ha entendido bien lo de la quimioterapia y no se ha asustado (demasiado). Creo, por teléfono. Un par de reuniones organizativas (y fructíferas) intercaladas y doscientos whatsapps más tarde pedaleo de vuelta y noto que me duele la rodilla —la rodilla derecha— y pienso que el cuerpo no tiene ningún sentido de lo importante. No es el momento de que te duela levemente la rodilla, pienso. Es el momento del drama y el heroísmo. O quizá es el momento de que veamos menos “La Sexta”. A la altura de la carretera de Santa Catalina ya no me duele. En la puerta de Jesús Abandonado hay un montón de gente. Eso no cambia, ese momento, para esa gente, siempre es el mismo momento.

En casa —la familia bien, gracias— oigo lo nuevo de Fito Páez en Spotify (“Qué pasó en el mundo/que se puso tan policía”). Eso. Ya lo sabemos.

Diario de una cuarentona (1)

17/3 (día 2 ó 3 (o 5, quién sabe) de la PP –puta pandemia–): Empiezo (esto) tarde, porque siempre empiezo tarde y porque ayer me pasé todo el día escribiendo, con otr@s (gente maja, mira que aparecen pronto cuando se l@s necesita), un protocolo de cómo operar de urgencia un paciente infectado con COVID-19, si es que esto sucediera. Me doy cuenta de que el sistema de reconocimiento de voz de iPhone reconoce bien “COVID-19”, a la primera. Eso no puede ser bueno aunque sea bueno. Me cuesta mucho más añadirle las comillas. Seguro que hay un atajo. Lo hay: “”“.

Imagino o sueño o fantaseo que despierto después de un coma, después de haber sido intubado durante un mes por esta enfermedad. Lo primero que me llama la atención al despertar del coma es que de los 100.000 mensajes que tengo sin leer en el correo no me importa ninguno. No me atrevo a mirar el WhatsApp por si da noticia de algún muerto o por si el muerto soy yo. “Pepe salió del grupo”. Me despierto de mi sueño/no sueño pensando que hay muertos cerca y que me duele la garganta, junto a esa cicatriz en el cuello, una cicatriz nueva. Fantasías morbosas (sic, sick). Lo que más me jode es no poder decir “Hoy ha empezado la epidemia. Por la tarde fui a nadar”. Ya es que ni Kafka.